La Aventura Cotidiana de Sofía: Motricidad Fina, esa Caprichosa…

Publicado el 13 de noviembre de 2024, 8:30

Sofía se despertó, como cada día, con el ruido de su alarma. Era hora de ponerse en marcha: un nuevo día lleno de oportunidades, pero también lleno de retos…

Pero primero, “la gasolina”, la primera dosis de levodopa del día, dejada estratégicamente sobre la mesita de noche justo antes de acostarse para no tener que “pelearse” con el blíster de pastillas ya de buena mañana. Decidida a comenzar su jornada, se levantó y se metió en el baño.

Entró en la ducha, su primer reto de la mañana. Enjabonarse era todo un desafío; cada movimiento requería concentración, y los temblores y la descoordinación hacían que sus brazos se movieran de manera imprecisa. Aun así, logró salir de la ducha sintiéndose un poco mejor y lista para afrontar el día.

Después de secarse y ponerse el albornoz, se dirigió a la cocina para preparar el desayuno. Mientras esperaba que la medicación aumentara un poco más su efecto, intentó hacer unas tostadas; los dedos temblorosos hacían que el pan se resbalara y la mantequilla parecía imposible de untar, pero con paciencia y un poco de esfuerzo finalmente logró preparar su desayuno y beber un café (esta vez, sin derramarlo).

Justo después fue a cepillarse los dientes. Sostener el cepillo era complicado; sus dedos temblaban, y el movimiento de cepillado parecía más una coreografía improvisada que una rutina diaria. A continuación, llegó el momento de la “crema hidratante”, donde abrir el tarro resultaba siempre un reto. Cuando finalmente lo consiguió, se puso la crema con una perfecta descoordinación, pero aun así fue más sencillo que cerrar el tarro: eso era un desafío aún mayor, ya que sus dedos luchaban por encontrar el ángulo correcto para encajar la tapa. Tras varios intentos, tuvo que rendirse y dejar el tarro a un lado, con la tapa superpuesta, aburrida de intentarlo y viendo que pasaban los minutos mientras aún le quedaban muchas cosas por hacer.

Lista para vestirse, Sofía abrió el armario para coger su camisa nueva y unos jeans cómodos. Al intentar abrochar los botones de la camisa, notó cómo sus dedos temblaban. Con paciencia, acercó el primer botón al ojal, pero un espasmo repentino hizo que se escapara. Después de varios intentos, finalmente logró cerrarlos, dejando el último sin abrochar para facilitarse las cosas (estrategias parkinsonianas para hacer la vida más fácil; cada pequeño detalle puede hacer una gran diferencia. En este caso, no se abrochó el último botón porque iba por dentro del pantalón y no se vería, reservándose así 30 segundos para otra cosa).

Con la camisa abrochada, el siguiente paso era subir la cremallera de los jeans. Al agarrar el tirador, sus dedos resbalaron y la cremallera se atascó. Después de un esfuerzo considerable, recordó el “truco del gancho” (pasar un clip metálico o pincho a través del agujero del tirador) y así logró que subiera. Se miró al espejo y vio que tenía el pelo bastante alborotado, pero no le quedaba del todo mal, así que, como aún quedaban cosas por hacer antes de salir de casa, lo ignoró. Hacerse la coleta le robaría otros cinco minutos (con suerte…).

El siguiente reto era ponerse y atarse los zapatos. Una tarea que normalmente no requiere pensar demasiado se convirtió en otra pequeña batalla. Después de varios intentos y un par de nudos, consiguió hacer los lazos.

Con los zapatos atados, Sofía fue directa al baño para maquillarse. El eyeliner ya “había pasado a la historia”; había dejado de intentarlo hace tiempo, pero todavía se atrevía con el rímel, el colorete y los labios.

Con todo listo, se preparó para su jornada de trabajo. Recogió su bolso, asegurándose de no olvidar nada.  El camino al trabajo era una mezcla de concentración y nerviosismo; cada paso requería un esfuerzo consciente. 

Llegar puntual a su trabajo suponía una victoria diaria que no siempre conseguía.

Después de su jornada laboral, llegó la hora de la comida, esta vez en familia. Sofía se enfrentaba al enésimo reto del día frente a un delicioso plato. Cortar la comida era una prueba de fuerza y coordinación. A cada intento, el cuchillo parecía deslizarse, y en un par de ocasiones la comida terminó en la mesa en lugar del plato. A pesar de las dificultades, disfrutó de la comida con sus seres queridos, que era lo que realmente le importaba.

Después de comer, tocaba medicación. Una vez más, frente al blíster de las pastillas, comenzó la lucha por conseguir sacar una ¡Y  sin partirla! A pesar de que a menudo le resultaba complicado, finalmente logró sacar la pastilla, ganado otra pequeña batalla más en su día.

Esa noche, mientras reflexionaba sobre su jornada, pensó que al día siguiente tendría que enfrentarse a nuevas aventuras y también se 

preguntaba lo que Morfeo le tendría preparado para esa noche, ya que es bastante caprichoso con los parkinsonianos… Así que se metió en la cama para descansar (o no), lista para enfrentarse a otra noche sorpresa, hasta que su alarma sonara de nuevo anunciándole un nuevo día, donde pondría de nuevo todo de su parte para afrontarlo, aunque no siempre le saliera del todo bien.

Cuando las cosas más insignificantes pasan a ser cruciales en tu vida, tu manera de mirar al mundo, se transforma.

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Comentarios

Flor
hace un mes

Pues si razón tiene el mensaje de Sofía, cuando lo más rutinario se vuelve un reto .. así somos los pk soy flor