En la Enfermedad y en la Fortaleza: el Viaje de un Marido a Través del Párkinson, el Amor y la Vida.

Publicado el 15 de abril de 2025, 21:15

Hace diez años, estábamos sentados en la consulta de un médico y escuchamos la palabra Párkinson.
El mundo no dejó de girar, pero para nosotros, se sintió como si lo hiciera. Mi corazón se encogió, mis pensamientos se dispersaron, y la miré a ella—mi esposa, mi mejor amiga, la persona más fuerte que conozco. Ella tomó mi mano, tranquila y firme, y en ese momento supe: íbamos a enfrentarlo juntos.


No teníamos un mapa, ni respuestas claras. Solo nos teníamos el uno al otro. Y quizá, eso era suficiente para empezar.

El acto de equilibrio: marido, amigo, cuidador.


No hay un manual para convertirse en el cuidador de la persona que más amas. Simplemente lo haces—porque el amor no pregunta “si”, solo pregunta “cómo”.
Con los años, he aprendido a moverme entre roles: su marido, su amigo, su cuidador. Algunos días lo hago bien. Otros días, siento que fracaso en los tres. Pero la verdad es que ella sigue siendo ella. Sí, el Parkinson forma parte de nuestras vidas ahora—pero no la ha consumido por completo.
Nos hemos reído en mañanas confusas, hemos llorado por lo que se ha perdido, y hemos celebrado pequeñas victorias como si fueran medallas de oro. Porque a veces, vestirse sin ayuda, o caminar por el pasillo sin quedarse paralizada—eso es una medalla de oro.
Hay amor en las pequeñas cosas. En apartarle el pelo de la cara. En esperar, pacientemente, a que encuentre sus palabras. En sentarse en silencio cuando la frustración desborda.
Y mientras caminamos juntos por este camino, también hemos estado criando a tres hijos—cada uno con sus propias necesidades, sus propias etapas de crecimiento, sus propios sueños. Ser padres es un trabajo a tiempo completo por sí solo, y algunos días sentimos que estamos tirando en todas direcciones a la vez. Pero incluso en el caos, hay belleza. E incluso en el agotamiento, hay amor.

 

Ayudar sin agobiar.


He aprendido que ayudar no siempre significa hacer. A veces significa dar un paso atrás y dejar que ella lidere—aunque sea despacio, aunque sea difícil de ver.
Hay un equilibrio: si hago demasiado, le quito fuerza. Si hago muy poco, sufre. Y muchas veces, me equivoco. Pero lo intento de nuevo al día siguiente. Y al otro también.
Estos días que simplemente vienen y van, como la mayoría de los días—eso es la vida. No siempre están llenos de logros o claridad. Pero son nuestros. Y en los momentos tranquilos entre medio, seguimos siendo nosotros.

 

Presencia en el presente.


Si el Párkinson me ha enseñado algo, es a vivir en el ahora. A vivir ahí de verdad.
Hemos tenido que dejar de lado los planes a largo plazo. Hemos dejado de perseguir mañanas perfectas. En su lugar, nos apoyamos en lo que tenemos hoy.
Una tarde de la semana pasada, estábamos sentados en la cocina tomando té. El sol entraba por la ventana. Ella me miró con esa misma sonrisa que me hizo enamorarme años atrás, y por ese momento, el Parkinson no estaba en la habitación. Solo nosotros, y esa luz.

 

Humor, esperanza y momentos humanos.


La risa no nos ha abandonado. Se cuela cuando menos lo esperamos.
Nos reímos, porque si no lo hiciéramos, quizá lloraríamos demasiado. Y eso también está bien. Algunos días, hacemos ambas cosas. Pero siempre volvemos a la esperanza.
Porque no es el veneno lo que mata—es la dosis. Y tratamos de mantener nuestra dosis de alegría, amor y bromas absurdas más alta que cualquier otra cosa.

 

Nuestra realidad.


El Párkinson no es el único desafío que enfrentamos. Trabajo, viajes, reuniones… gestionamos las emociones de nuestros hijos, tratamos de mantener rutinas y normalidad cuando muchas cosas a nuestro alrededor se tambalean y no funcionan como nos gustaría que lo hicieran.
Para la familia cercana y los amigos, puede ser difícil entender nuestras decisiones. Por qué hemos dicho que no a ciertas cosas. Por qué no estamos tan disponibles, ni tan presentes en sus vidas. Nuestras prioridades se han reducido a lo esencial: la salud, el amor, el techo sobre nuestras cabezas, y las personas que están debajo de él. Ahí es donde va nuestra energía. Y no lo tomamos a la ligera.
Estamos haciendo lo mejor que podemos con lo que tenemos. Y de alguna manera, seguimos adelante.

 

Sigue siendo ella. Seguimos siendo nosotros.


A pesar de todo esto, hay algo que permanece intacto: ella sigue siendo el amor de mi vida. Sigue siendo la que me hace reír cuando se me olvida cómo. La que quiero que comparta mi té. La que camina a mi lado, en cada paso del camino.
Este viaje no es el que planeamos. Pero es el nuestro. Y no lo cambiaría—porque significa que puedo recorrerlo con ella.
Así que seguimos adelante. Un día, un reto, una taza de té a la vez. Con humor, con gracia, con amor.

Porque el amor, al final, es la medicina más fuerte.

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Comentarios

sonia
hace 4 días

Muy bonito. En mi caso mi relación se rompió al poco que me diagnosticaron la enfermedad,llevabámos cuatro años y medio juntos, no pudo con ello y se fue, es lo mejor que me pudo pasar que se fuese.

Eduvigis
hace 4 días

Nunca me ha emocionado un relato, tanto como este, y es que en mi caso, mi marido es todo para mí. Sin él, el Parkinson me devoraría, pero gracias a que está ,puedo luchar contra la enfermedad y a veces olvidarme hasta de ella.
A veces, siento que me paso y otras q es el q se pasa complaciéndome en todo lo qué le pido.Tengo Parkinson, pero también tengo la suerte de tener un compañero ideal.que con solo mirarme sabe lo que quiero y como me siento.
Mil vidas q viviera no serían suficientes para agradecerle lo que hace.

Cristina
hace 4 días

Una historia preciosa de amor incondicional! Muy emocionante! Enhorabuena por tu relato!